La milenaria práctica de hacer todo a última hora tiene una razón científica

Publicado el 27 May 2019, En #comunicaciones

Nacional.- Las tradicionales expresiones “después lo hago”, “mañana lo veo”, “en un rato más lo trabajo, hay tiempo”, podrían entenderse como una clara manifestación de la procrastinación, a esa eterna y prolongada pausa de una tarea, solo porque esperamos hasta el último segundo para entregarla.

 

Hay varias explicaciones de por qué tomamos esa decisión. La primera es la flojera máxima. Nos aburren ciertos trámites y tenemos la fantasía de que un buen día nos levantaremos con la energía suficiente para hacer lo que nos cuesta. Algo que, con frecuencia, no pasa. Se tenía que decir y se dijo.

 

El problema es que también nos sucede con aquello que nos gusta. Por eso existe otro motivo más: buscamos inconscientemente el estrés. A pesar de que nos llenamos de medicamentos y recetas naturales para combatirlo (o controlarlo) hace algunos años se demostró que también tiene una parte positiva: al vivir situaciones estresantes nuestras células se fortalecen (como en autodefensa), sintetizamos proteínas (para protegernos de lo que nos atormenta) y reforzamos nuestro sistema inmunitario (para sentirnos más fuertes ante lo que nos causa el estrés).

 

En palabras científicas, gracias al estrés generamos más adrenalina y noradrenalina, lo que permite que nuestra mente se agudice y que nuestra atención sea mayor. Por ejemplo, si tenemos que preparar algo importante no nos concentramos de la misma forma si tenemos todo el día (o muchos días) o contamos solo con una hora, cuando el nivel de exigencia es mayor.

 

En concreto, buscamos el estrés para activarnos, aunque nuestra respuesta sea inconsciente. El problema (otro más) surge cuando calculamos mal y nos pasamos del plazo de tiempo del que disponemos. Entonces, esta situación deja de ser una reacción positiva para convertirse en algo que realmente nos daña. Para evitarlo y convertir al estrés en nuestro aliado, el matrimonio Crum sugiere tres pasos en un artículo publicado en la Harvard Business Review.

 

Paso 1. Aceptemos al estrés.

Más que negarlo, es recomendable nombrar el nivel de estrés al que estamos sometidos. Reconocer esta situación nos ayuda a tomar distancia, a desarrollar una respuesta más consciente y elaborada. Así evitaremos que nos paralicemos.

 

Paso 2. Nosotros somos dueños de nuestro estrés.

En palabras simples, cada uno debe hacerse cargo de lo que le afecta internamente. Esta situación nos impide caer en lamentos o en excusas de “por qué me pasa a mí”. O sea, si decidimos dejar algo para el último momento, tenemos que asumir que estamos pagando un alto precio por el camino que escogimos. Incluyendo la reprimenda por el retraso o los errores que puedan existir en su desarrollo.

 

Paso 3. Seamos estratégicos: utilicemos el estrés para el beneficio propio.

El límite del estrés positivo y del que nos hace daño lo tenemos que manejar nosotros. Ese límite lo define cada uno conforme a su carácter y a la actividad. Vale la pena reflexionarlo para utilizarlo en nuestro propio beneficio.

 

Conciliar estos pasos es clave, porque si buscamos “reactivarnos” para terminar lo que nos ha costado tanto finalizar, la idea es llegar al minuto de la entrega con la cabeza en alto y no con cara de conflicto interno con intenciones de consumir café a la vena.

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Fuente: El País, de España